por Luis Cino A la Nueva Trova, como ocurre a algunos bastardos, la reconocieron y pusieron en acta oficial con varios años de retraso. A la canción de autor la institucionalizaron como movimiento en 1972,
por Luis Cino
A la Nueva Trova, como ocurre a algunos bastardos, la reconocieron y pusieron en acta oficial con varios años de retraso. A la canción de autor la institucionalizaron como movimiento en 1972, pero la primera presentación de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola, ocurrió en Casa de las Américas en 1967, bajo los auspicios de Haydée Santamaría, durante el Festival de la Canción Protesta.
Por entonces, las influencias de Silvio y Pablo estaban más cerca de Bob Dylan o Simon and Garfunkel que de Violeta Parra o Atahualpa Yupanqui, como alegan ahora en su versión retocada y latinoamericanista. Si el embargo norteamericano no hubiera bloqueado también la entrada a Cuba de las cuerdas metálicas para guitarra, el sonido de los cantautores cubanos de la segunda mitad de los 60, aunque le pesara a los comisarios culturales (y al propio Silvio, que dice ahora que no conoció las canciones de Dylan hasta 1969) hubiera sido mucho más similar al folkrock y los blues que a las cuecas, milongas y chacareras que llegaban del Cono Sur.
Las crípticas canciones de Silvio, Pablo y Noel, encarnaron el sentir de una generación cuya vida, en un país con estilo de campamento sitiado, cambiaba a velocidad de vértigo y sin más explicaciones que las consignas de una revolución que prometía un mundo mejor.
Vapuleados por la intolerancia oficial, tan prohibidos como los Beatles, Silvio fue a parar al barco pesquero Playa Girón y Pablo a un campamento de las UMAP. Luego, dieron en el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC en 1969. Fue el modo que hallaron Haydée Santamaría y Alfredo Guevara, directores de la Casa de las Américas y el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica respectivamente, de usar sus poderes para protegerlos de los vientos inquisitoriales en vísperas del Decenio Gris. Así, el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, antes de desintegrarse de apoco, sirvió de refugio, reformatorio, academia de música, laboratorio electroacústico y escuela para cuadros políticos.
El Movimiento de la Nueva Trova agrupó a decenas de cantautores que, devenidos en voceros de la propaganda oficial, no dudaron en proclamar que “la canción es un arma de la revolución”. Los multitudinarios conciertos de trovadores, verdaderos aquelarres revolucionarios a la sombra de los carteles del Che, potabilizaron para los jóvenes un discurso que ya mostraba señales irreversibles de desgaste. A inicios del Período Especial, los conciertos en la Plaza de la Revolución y la escalinata de la Universidad de La Habana constituyeron el canto de cisne del Movimiento. Sus ataduras a la maquinaria burocrática estatal lo asfixiaron y provocaron su desplome definitivo.
Los espectáculos de los nuevos cantautores cubanos como David Torrens, X Alfonso y Kelvis Ochoa, distantes del discurso oficial, irónicos, nihilistas y cínicos, suplantaron en el fervor juvenil los conciertos de la Nueva Trova. La ambigüedad en algunos textos es lo único que guardan en común con sus antecesores.
Resulta sintomático que Lynn y Haydée, las dos hijas de Pablo Milanés, rehúsen identificarse como trovadoras y prefieran cantar como ángeles, influidas por el rhythm and blues, el jazz y la música brasileña, temas propios o de Descemer Bueno antes que los dePapá Pablo, reservados sólo para algún dúo ocasional en vivo y en familia.
Silvio y Pablo, los padres fundadores, ahora millonarios y en pose de abiertos y liberales, aún hacen bellos discos con canciones nostálgicas, incluso irreverentes.
Pero la nueva música cubana tiene rostros diferentes y otras tesituras. Los cantautores de hoy renunciaron a las implicaciones estéticas y políticas de la Nueva Trova. Cuando más, se limitan en los homenajes a interpretar algunas de las buenas canciones que perduraron.
Las viejas canciones de la Nueva Trova apenas se oyen en algunas ceremonias oficiales como parte de la liturgia. Pasaron a ser la melancólica banda sonora para “un viejo gobierno de difuntos y flores”.
A pesar de la actual avalancha de mala música, es una suerte habernos librado de las canciones de la Nueva Trova con las que nos machucaban a toda hora. Salvo varias notables excepciones que hoy son clásicos de la canción cubana, el resto era puro panfleto del más rancio realismo socialista. Quien aguantaría hoy aquella candanga elegíaca, masoquista y lastimera que convidaba a andar hacia el comunismo e imploraba morir en una selva o “ser machete en plena zafra y bala feroz al centro del combate”.
Con timberos y reguetoneros es casi imposible conformar los himnos de las nuevas empresas revolucionarias en tiempos de crisis. Ni siquiera con la amorosa lealtad de Baby Lores con gorra verde olivo, el Comandante tatuado en el brazo y el credo recitado con la vista puesta en un viajecito al exterior.
Hoy en Cuba apenas se difunde otra cosa que no sea reguetón, en cualquiera de sus llamadas fusiones, cual de ellas peor. En la sociedad cubana finalmente se impusieron la chabacanería, el mal gusto y la marginalidad. La realidad se parece a la música que difunden los medios y viceversa. Es la apoteosis de la chusmería. El reguetón, la música perfecta para el desmadre, cayó en su justo tiempo y lugar.