por Dra. I. Patricia López Mendoza El término terapia etimológicamente procede de la palabra griega therapeia que se refiere a cuidar, aliviar y también se entiende como tratamiento. Cuando lleva un prefijo o va asociada
por Dra. I. Patricia López Mendoza
El término terapia etimológicamente procede de la palabra griega therapeia que se refiere a cuidar, aliviar y también se entiende como tratamiento. Cuando lleva un prefijo o va asociada con otra palabra es para definir a qué actividad o procedimiento describe. Por ejemplo, psicoterapia, terapia de juego, terapia ocupacional, fisioterapia, quimioterapia y muchas más. Pero entonces ¿por qué necesitamos terapia?
Es sencillo deducirlo, porque estamos estresados. El estrés es una condición inherente a la vida actual. Como es sabido, el estrés (distrés en su sentido menos saludable) es un mecanismo natural, fisiológicamente determinado por la percepción de las condiciones externas o internas. Todos los seres vivos pueden experimentar estrés, primero se enciende la respuesta biológica de alerta y luego en un segundo momento se espera el alivio con la relajación. Pero las manifestaciones humanas son diversas y van desde aspectos de ansiedad hasta la somatización porque se queda activa, casi permanentemente, la primera parte del mecanismo y no siempre se logra la segunda parte que es la relajación.
Cada persona cuenta naturalmente con los recursos internos para afrontar el distrés, sin embargo, aunque es una experiencia eminentemente subjetiva se adoptan y adaptan formas universales para disminuirlo. Una de esas maneras es vacacionar y para vacacionar, ¡hay que viajar!
Entonces surge otro concepto para vacacionar y contrarrestar al estrés, el turismo. Muchas modalidades se desprenden de ahí y sólo por mencionar algunas: turismo cultural, arqueológico, de negocios, peregrinaciones y turismo religioso, ecoturismo y turismo de aventura, turismo gastronómico y enoturismo, etc.
Pero, una primera idea que se presenta al escuchar las palabras vacaciones, turismo o viaje es… sí, ¿también lo imaginaron? la respuesta arquetípica es ¡playa!
Un viaje a la playa, sea en pareja, con la familia, en grupo de amigos, de congreso o de cualquier otra forma, generalmente cumple la idea de vacaciones. El destino en sí mismo y la infraestructura turística pasan a ser elementos secundarios y dependerán del estilo de cada uno para hacer turismo. Pero la idea generalizada se conserva en el imaginario colectivo.
Nuestro país es geográficamente privilegiado, está situado entre el Atlántico y el Pacífico lo que le confiere miles de kilómetros de litoral, sin mencionar las islas, y por consiguiente cuenta con una enorme variedad de playas para todos los gustos, las formas de hacer turismo, los objetivos vacacionales y los presupuestos, pero con un común denominador, salir de la rutina y aliviar el estrés.
¿Por qué se considera que la playa es sinónimo de vacaciones y de relajación?, sin duda, habrá muchas y muy variadas respuestas dependiendo de quién y desde dónde las aporte. Para quien escribe, tampoco existe una única contestación, pero sí la posibilidad de hacer una hipótesis que desde luego amerita de dos argumentaciones. La primera de ellas tiene que ver con el planteamiento del filósofo griego presocrático Empédocles de Agrigento (circa 450 a.C.) y los cuatro elementos constitutivos del Universo: agua, tierra, aire y fuego (mismos que convergen y están presentes indisolublemente en ese espacio que nombramos playa).
A Empédocles se le atribuye un escrito interesante, “Purificaciones”, más bien de corte místico e inspirado en el Orfismo. Pero lo cierto es que no se puede desestimar la influencia en el bienestar personal de unas vacaciones en la playa: los beneficios en la salud del agua de mar por su composición química; caminar con los pies descalzos en la arena con una óptima presión barométrica a la altitud media del mar; los útiles benéficos de los rayos del sol en la bioquímica del sistema endócrino y los neurotransmisores; los efectos depurativos de respirar la impoluta brisa marina…
Entonces, el organismo humano encuentra en la playa un entorno favorable para la salud y el bienestar tanto físico como emocional, lo que nos conduce a la segunda argumentación.
Esta, tiene que ver con los aspectos sensoriales y perceptuales, obviamente donde están implicados los cinco sentidos: oído, vista, tacto, gusto y olfato. En ese mismo orden, escuchar el sonido repetitivo e incesante del romper de las olas puede producir una frecuencia de ondas sonoras que al hacer resonancia con las ondas cerebrales puede resultar relajante; la incidencia de los rayos solares sobre el agua y la arena con la descomposición de la luz en partículas y ondas del espectro lumínico generan reflejos e imágenes visuales únicas, casi hipnóticas, sin olvidar mencionar la visión de la flora y la fauna propias de los ecosistema de cada lugar; en ese mismo orden de ideas en cuanto a la radiación solar sobre la piel, la temperatura recibida por los corpúsculos receptores del tacto se activan, así como la producción de melanina sin olvidar la textura de la arena; degustar la gastronomía lugareña con las requeridas bebidas refrescantes activa los botones gustativos de las papilas en un festín de sabores y olores que se registran asociados en la memoria olfativa de estar a la orilla del mar. Incluso la bulliciosa vida nocturna ayuda a incrementar un estado de ánimo eufórico.
En conclusión, la hipótesis pudiera aceptarse, pues viajar a la playa para vacacionar, trabajar, estudiar o realizar cualquier otra actividad, se convierte en una experiencia repleta de estímulos extrínsecos que influyen en respuestas intrínsecas benéficas muy diversas, y sí pueden considerarse resultados terapéuticos por muchas razones, ya sean éstos biológicos, físicos, emocionales, sensoriales, cognitivos, sociales, culturales, gastronómicos, ecológicos y de cualquier otra índole eminentemente humana. La playa no es solamente mar, sol y arena, es una vivencia del espíritu que anhela el contacto con el principio vital.