por Flavio Josefo Quetzalcóatl La naturaleza del tiempo es una cuestión filosófica. No obstante, esta vez me remitiré no a lo que de ello se comenta en libros o círculos de pensamiento sino a mi
por Flavio Josefo Quetzalcóatl
La naturaleza del tiempo es una cuestión filosófica. No obstante, esta vez me remitiré no a lo que de ello se comenta en libros o círculos de pensamiento sino a mi propia reflexión. La realidad es que el tiempo, creo, parece ser algo absoluto porque su flujo es constante. Más bien los relativos somos nosotros los hombres. Ciertamente el tiempo nos cruza como un relámpago y nos muestra el atardecer y la noche justo después de habernos levantado en la mañana. La administración del tiempo, de ese modo, se vuelve la principal labor de todo ser humano civilizado y el principal motor de la naturaleza.
Es curioso de ese modo que el tiempo, al parecer, pase desapercibido para la gran mayoría de las personas. Me explico. Es frecuente escuchar la expresión “¡Qué rápido se pasó el tiempo!”, o también, “¡El año se fue muy rápido!”. No menos frecuente es la expresión “¡Qué lento está el tráfico!”. Quiero contarles que desde hace varios años, aunque bien pudo haber sido ayer, he pensado mucho sobre este fenómeno. Cuando tenía cerca de veinte años me prometí no dejarme sorprender por el tiempo. Creo que de algún modo lo logré a través de la meditación frecuente y la verdad es que la famosa crisis de los treinta años no me destrozó tanto como a varios de mis colegas en mi generación. Para ello funcionó mi incursión en el budismo o en la mística del Islam o sufismo.
Mi experiencia, de ese modo, es que el paso del tiempo se percibe con el corazón y sí, curiosamente, este órgano interno se rige por los movimientos acompasados de la sístole y diástole que dan armonía a nuestro funcionamiento corporal, como si se tratase de un metrónomo perfecto, a la postre diseño único del Gran Arquitecto del Universo. En fin, todo lo anterior me ha llevado a apresurarme a comprender el mundo, es decir, a comprender las causas de todo lo que nos rodea, particularmente en el ámbito social que es el que más ejerce influencia en el mundo cotidiano. Por eso me dirijo a ustedes, pues de algún modo la masonería siempre ha sido, en discreción, la responsable de incontables avances en la historia de la humanidad. La masonería es causa y efecto, generalidad y circunstancia. La masonería es la génesis de toda revolución de la conciencia, y de ese modo tendría que ser el principal acontecimiento y logro de la humanidad.
La división del tiempo en doce esferas celestes a través de símbolos particulares es, a su vez, una de las principales características de todo templo masónico por lo que de algún modo el caos en la percepción del tiempo, que tanto se observa en el mundo profano, es anatema para el masón. Hoy, por ejemplo, al margen de la hora en que estas palabras sean remitidas al gremio, sé muy bien que nos encontramos en la fase de luna creciente en el signo de libra, signo que rige la piel, los riñones y la espalda baja. Es de ese modo el mejor tiempo para evitar el alcohol y de ese modo profundizar en mi salud y, con ello, ampliar todas mis capacidades corporales y mentales de acuerdo al tiempo que rige la bóveda celeste en formidables capas de esoterismo simbólico.
Pues bien, metafóricamente hablando, las principales herramientas del masón son un compás hecho de tiempo y una escuadra hecha de tiempo. Se observa que no es de tiempo profano sino de tiempo cósmico o sagrado contenido como símbolos invisibles en el mandil yorkino. Si el resultado del uso de esas herramientas se logra traslapar al mundo profano pues cuánto mejor. No debería nunca, por tanto, sorprendernos el paso del tiempo pues para el masón es uno y el mismo, constante e invariable en sus doce repeticiones que siempre son las mismas. Nuestro agusto gremio, entonces, acumula juventud. Nuestro augusto gremio, entonces, acumula energía. Nuestro augusto gremio, entonces, acumula perfección y bondad. Qué interesante, en fin, que en este caso el objeto se confunde con el sujeto, es decir, que el tiempo se confunde y entremezcla con el género humano. Finalizo ahora sí con una cita maravillosa de mi escritor favorito, Jorge Luis Borges:
“El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego.”