por José Manuel Chino Cisneros Cuando la licenciada Diana entró a trabajar a la empresa, las expectativas eran altas: una licenciatura en psicología y una maestría en Comunicación Organizacional así lo garantizaban. La pequeña empresa
por José Manuel Chino Cisneros
Cuando la licenciada Diana entró a trabajar a la empresa, las expectativas eran altas: una licenciatura en psicología y una maestría en Comunicación Organizacional así lo garantizaban. La pequeña empresa dedicada a las ventas necesitaba una visión renovada respecto al trato con los empleados, proyección de metas y desarrollo del personal; ejecutada de manera eficiente y con un plan de trabajo que garantizara un resultado satisfactorio a corto, mediano y largo plazo.
El pago no era el mejor ni el más competitivo, sin embargo, el hecho de ser recomendada por una amiga de la carrera universitaria la comprometía a aceptar el puesto, a la vez que podría adquirir esa experiencia que tanto le pedían las grandes empresas, lo que, de acuerdo a sus empleadores, justificaba que su salario fuera menor al de sus compañeros (a pesar de que ella trabajaría más que nadie en la oficina).
Los primeros días transcurrían con normalidad, la emoción de lo nuevo y las grandes expectativas ayudaban a tener una actitud agradable y positiva. Muy pronto iría tomando el liderazgo de las principales actividades del área de Recursos Humanos: desde la búsqueda, captación y contratación de personal, hasta todos los trámites legales correspondientes: impuestos, nóminas, liquidaciones, etc.
Dentro de la empresa, haciendo un análisis de perfiles contra las expectativas y metas laborales, detectó que había mucha rotación de personal: la empresa, dedicada a las ventas, cambiaba muy seguido de vendedores. El motivo: terrorismo laboral. La psicóloga Diana, después de reuniones con todos los empleados y la aplicación de sencillos exámenes que median comportamientos, caracteres, etcétera, logró identificar que los empleados no rendían lo que se necesitaba por varias razones, todas ellas derivadas de esta problemática, así que el siguiente paso fue el de elaborar un proyecto en el que buscaba eliminar estas prácticas que afectaban los resultados y los objetivos de ventas; el resultado del diagnóstico investigado reflejaba una problemática que se da en los trabajos y oficinas de la sociedad mexicana de manera sistemática, incluso cultural, conocido como mobbing. Su primer borrador lo tituló de la siguiente manera: “Proyecto para prevenir la violencia y el terrorismo laboral dentro de nuestra empresa”.
Muchas horas de trabajo y de investigación valieron la pena, una alegría se reflejaba en su semblante, un aire de triunfo que no sentía desde que era estudiante, ahora podía sentir lo que era ejercer su carrera con absoluto orgullo. “Ctrl+p”, presionó aquel comando que sirve para imprimir y mientras la impresora escupía las hojas llenas de letras, gráficos, cifras e imágenes, disfrutaba de una taza de café acompañada de su orgullo.
El tema de terrorismo laboral era conocido por ella, diversos textos habían pasado por sus manos en su época de estudiante, sin embargo, el ser testigo y vivirlo de forma sistemática y en carne propia la cegaba, no se daba cuenta que su caso encajaba perfectamente en el mismo que muchos otros, incluso de aquel personal que trabajaba para su empresa.
Las primeras acciones que encendieron la alarma de la psicóloga fueron al mes de presentar el diagnóstico a sus superiores, su jefe inmediato recibió con agrado dicho informe, sin embargo, al leerlo, provocó en él cierto desdén e incluso sospechas. No aceptaba el problema y no se daba cuenta de la gravedad y la magnitud de no hacerlo.
A las pocas semanas, las consecuencias salieron a relucir, sus actividades fueron disminuyendo, se le solicitaba lo mínimo y se le aislaba con pretexto de realizar informes y trámites gubernamentales que la obligaban a estar fuera de su lugar de trabajo, mismas que le requerían el doble de tiempo.
Y la mayor preocupación de la psicóloga Diana se dio justo después de las siguientes palabras:
‒ Necesito que vayas a la tienda y me traigas una coca, por favor.
‒ Claro que sí, jefe. Contestó ella, le pareció normal hacer ese favor insignificante.
Este tipo de actividades fueron aumentando poco a poco. Lo siguiente fue que recibía halagos por su aspecto físico, más nunca por su trabajo ni por los resultados óptimos del mismo.
Hacer trabajo de mensajería no estaba en su contrato, ni tampoco el de “mandadera”, sin embargo, las actividades solicitadas rayaban en lo absurdo: ir por las llaves al automóvil del jefe, porque a éste se le habían olvidado; preparar café a toda aquella persona que tuviera reunión con su superior e inclusive, dar masajes relajantes. Aunado a todo lo anterior, los compañeros de trabajo le hacían burla por “ser la consentida” de sus jefes y por la preferencia que tenían en ella por sobre todos los demás: comentarios a sus espaldas, insultos, insinuaciones y bromas era lo que recibía todos los días.
Es poco conocido en la sociedad que en la actualidad existe un fenómeno, que cada vez se hace más común en todos los ámbitos laborales y que ataca a las personas sin respetar sexo ni edad: acoso laboral.
El mobbing, como se le llama al terrorismo laboral, se ha convertido en un problema que atraviesa los contextos de trabajo y los grupos profesionales, la violencia en el lugar de trabajo, que por mucho tiempo ha sido una cuestión olvidada, ha adquirido importancia en los últimos años y debiera ser una preocupación prioritaria en las empresas del país.
La administración moderna reconoce que el capital humano es un factor determinante en el éxito o fracaso de las organizaciones públicas o privadas. Sin embargo, este problema todavía no se logra resolver ni disminuir las conductas negativas de las personas.
La Lic. Diana, a los seis meses de laborar en la empresa, decidió renunciar bajo el pretexto que tuvo una mejor oportunidad de trabajo: mintió al respecto. La verdad, tenía temor y vergüenza a diario, su rendimiento disminuyó de manera significativa, siempre ensimismada en su lugar de trabajo, pasó el resto de sus días con la mirada en la pantalla de su monitor, hasta que tuvo el valor de renunciar. Hoy se reprocha el haberlo hecho sin denunciar con las autoridades correspondientes, aunque, con seriedad y pesimismo, dice:
‒ No hubiera actuado el gobierno, sólo hubiera perdido mi tiempo. Reconoce mientras recuerda feliz esos momentos.
En México, el acoso laboral o mobbing se adicionó al inciso “c” del artículo 3º de la Ley Federal del Trabajo: “…se define el acoso laboral como todo acto o comportamiento de violencia verbal, física o psicológica, las amenazas, la intimidación, las humillaciones, la discriminación, la explotación o el amedrentar emocional o intelectualmente”
Sin embargo, pocas empresas aplican medidas o capacitaciones para reducir estas prácticas negativas, y mucho menos existe preparación hacia el personal para que se tenga la capacidad de evitar o denunciar, de ser necesario.
Alejada de ese ambiente de trabajo, la psicóloga Diana se entera que la empresa sigue por los mismos pasos, la rotación de personal no disminuye, resultando en gasto de dinero por todos los trámites y liquidaciones; las cuotas siguen sin cumplirse porque las metas son inverosímiles; el personal sigue laborando en un ambiente hostil e incómodo, lejos de aquel caos piensa con tristeza: “Ojalá que a mis amigos les vaya bien”.