por Inés Patricia López Mendoza Jerusalén, la cuna de las tres grandes religiones abrahámicas. Uno de los lugares sacros más identificados es sin duda la ciudad de Jerusalén. Enclave bíblico, desde antes que el rey
por Inés Patricia López Mendoza
Jerusalén, la cuna de las tres grandes religiones abrahámicas.
Uno de los lugares sacros más identificados es sin duda la ciudad de Jerusalén. Enclave bíblico, desde antes que el rey David conquistara la ciudad y uniera a su pueblo, en donde su hijo el sabio rey Salomón edificara el Templo convirtiendo a la ciudad en el centro espiritual y religioso de las tribus de Israel.
Entre los grandes hitos históricos destacan varios de ellos que han dejado huella imperecedera. En el año 587 a.C. la destrucción de la ciudad por Nabucodonosor, el rey babilonio que condujo a los hebreos al exilio. Cómo olvidar la ópera Nabucco de 1842 del compositor italiano Giuseppe Verdi, sobre todo el aria Va Pensiero, Inspirado en el Salmo 137, en donde las voces del coro de los esclavos claman con nostalgia por su tierra perdida.
A su regreso de Babilonia en 455 a.C. Nejemías restauró la ciudad y entonces Jerusalén fue el centro del resurgimiento hebreo hasta que los griegos la conquistaron en el 320 a.C. Fueron los Macabeos quienes la recuperaron hasta el año 165 a.C. convirtiéndola en la capital de la dinastía Hasmonea. Este evento es el origen de la festividad de las luces. Es una de las conmemoraciones litúrgicas judías más conocidas, el Hanukkah, que pervive hasta ahora y coincide con la celebración de la Navidad. La tradición dice que fue una menorá (candelabro de 7 brazos) con aceite sólo suficiente para estar prendido una noche, pero que permaneció milagrosamente encendido 8 días. Fue así como los Macabeos lograron recobrar su libertad y su Templo.
Bajo el yugo del Imperio Romano, hacia el año 37 a.C. Herodes el Grande llegó al poder, embelleció la ciudad con edificios y fortificaciones. El devenir de la humanidad a partir de ahí, circa año cero, se convierte en la era común y entonces medimos el tiempo en a.C. y d.C. el resto es Historia conocida por todos porque nace el Maestro Jesús y emerge el Cristianismo primigenio. Ya después la tradición continúa tal y como la conocemos hasta nuestros días.
Tras su destrucción, durante la rebelión judía del año 70 d.C. Jerusalén ve devastado su segundo Templo, en la actualidad sólo pueden verse los vestigios del Muro de los Lamentos donde los judíos del todo el mundo se dan cita para orar.
Los árabes conquistaron la ciudad en 636 d.C. llega el Islam y comienza la construcción de Mezquitas, pero sin lugar a dudas el Domo de la Roca es el monumento situado en el centro del Monte del Templo cuya cúpula dorada resalta su importancia religiosa porque debajo se encuentra la roca desde la cual, según la tradición islámica, el Profeta Mahoma ascendió a los cielos junto al Arcángel Gabriel y esto le convierte en el tercer lugar más sagrado para los musulmanes. También se cree que fue el sitio donde Abraham preparó el sacrificio de su hijo Isaac y quizá se encontraba el Sanctasanctórum del Templo de Salomón.
Entre los años 1096 y 1291 del tiempo común, las 9 Cruzadas como guerras religiosas, convocan a ejércitos medievales de cortes europeas para liberar a la ciudad santa de Jerusalén de manos de los infieles.
Jerusalén integra desde tiempos inmemoriales las tres grandes religiones surgidas del patriarca Abraham. Deambular por los barrios de la ciudad es recorrer con espíritu místico sitios arqueológicos, lugares sacros para judíos, cristianos y musulmanes.
Para la cristiandad, caminar la Vía Dolorosa, visitar la Iglesia del Santo Sepulcro o el Huerto de Getsemaní, sin duda les conduce a conocer el recorrido del Mesías, a experimentar su Fe y sus dogmas, sentir en carne propia la vida humana del Cristo.
Para los judíos es regresar a la Tierra Prometida, a los restos del Templo de Salomón, a los orígenes. En tanto que los musulmanes realizan un peregrinaje a la Roca Fundacional.
Llegar a Jerusalén es sumergirse en los pasajes bíblicos de las tres grandes religiones monoteístas, invita a develar el misterio. Recorrer la ciudad antigua es viajar en el tiempo, para seguir en espíritu, los pasos de David, Salomón, Jesús y Mahoma.
Estambul, el umbral entre oriente y occidente.
Bizancio, Constantinopla, Estambul… los nombres por sí mismos no hacen justica a esta enigmática y contrastante ciudad. Es todo un universo en el cual se reúnen pasado, presente y futuro. Se congregan el Cristianismo conciliar con el Islam. Lugar geográficamente estratégico a través del Bósforo y punto de encuentro entre Oriente y Occidente, puente entre Europa y Asia, donde coexisten lo antiguo y lo moderno.
Desde que el rey Byzas en 660 a.C. fundó Byzantion, la ciudad ha ido adquiriendo el sello arquitectónico de su propia historia. En 513 a.C. cae en manos de los persas y luego participa en la guerra contra Atenas y Esparta. Finalmente, los griegos a través de Alejandro Magno logran su conquista, Bizancio recibe su influencia en el 334 a.C.
Cuando Roma anexiona oriente a su imperio, Bizancio se adhiere a los romanos en el año 146 a.C. ahora se habla del Imperio Romano de Oriente y el emperador Constantino la convierte en Constantinopla. Es él mismo quien que decreta al Cristianismo como religión oficial y construye una gran Basílica, Santa Sofía.
Muchas vicisitudes se vivieron en la ciudad durante la Edad Media hasta ser conquistada por el sultán turco otomano Mehmed II en 1453 del tiempo común y El Islam llegó como una consecuencia de ello y prevalece hasta ahora.
Al recorrer Estambul, se pueden apreciar las diferentes influencias de los pueblos que hicieron su acontecer en la ciudad. Esculturas griegas, acueducto romano, mosaicos bizantinos con Cristo Pantocrátor y por supuesto arte otomano y musulmán.
Adentrarse al enorme Palacio Topkapi y admirar sus grandes tesoros. Caminar por la Plaza del Sultanahmet, sentir el misticismo en la gran Mezquita de Suleyman el Magnífico o a la Mezquita Azul, ingresar a la antigua cisterna de Yerebatan con sus 336 columnas hundidas de capiteles jónicos y corintios, son requisitos previos para experimentar en plenitud la energía histórica contenida en Hagia Sofía.