EL SILENCIO

Este tema vibra y late en cada uno de nosotros por su inevitable historia esotérica, muy afín a los antiguos misterios. Quizá valga la pena una anécdota personal, pues lo biográfico es preferible a la

Este tema vibra y late en cada uno de nosotros por su inevitable historia esotérica, muy afín a los antiguos misterios. Quizá valga la pena una anécdota personal, pues lo biográfico es preferible a la teoría. Recuerdo que hace algunos años cuando abandoné la carrera de economía y finanzas por preferir los estudios de filosofía sentí una poderosa convicción que me llevó a indagar en las profundidades de la historia. Mi primera experiencia de fuego, –así le he de llamar pues la experiencia de la verdad y de lo verdadero no podría catalogarse de otra forma–, aconteció al descubrir la poesía mística de los persas medievales y su alquimia formidable. El caso más conocido en Occidente es el de Jalaludin Rumí, sabio del siglo XIII y santo muy venerado en Turquía, en Irán y en todo el mundo literario y espiritual. Su doctrina esencial, digamos, está fundamentada en la doctrina del silencio. Ello se debe a que la descripción de Dios es sin palabras, pues rebasa toda facultad mental o intelectiva.

Jalaludin Rumí
El Anciano de los días.

Estamos entonces ante una importante moraleja, a saber, que la importancia de las palabras, la elocuencia, el conocimiento, los títulos o abolengo computan en cero. Dios, el Creador, nuestro Gran Geómetra es, pues, indescriptible, inenarrable y sólo es posible experimentar su dicha en la intimidad del silencio personal, que no es sino a fin de cuentas una especie de silencio cuasimonástico. Qué gran dicha la de encontrar en el interior de cada uno, a Dios, y de sentirse protegido y uncido por él, sin tener que dar cuenta a quienes le adoran únicamente con palabras. Sin duda algo de humildad debe existir en ese conocimiento divino y sagrado. Es recurrente, de ese modo, encontrar como elemento característico de los grandes místicos su preferencia por el silencio, su pedagogía del silencio, como los casos en Occidente de Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, todos ellos poetas de altísimo nivel que esconden en sus versos el intento por describir la dicha de encontrar a Dios, y la manera en que sus siervos deben conducirse ante él. En el Oriente, la doctrina del silencio se encuentra más arraigada, es decir, que es más sencillo encontrar poetas místicos cuya veneración no pierde vigencia. Diferente a lo que sucede en el mundo profano occidental, en las regiones del este donde nace el sol la poesía es muy valorada al grado que el poeta consagrado recibe un tipo muy particular de respeto, que incluso a nosotros los masones incluso podría parecer exagerado.

En otras palabras, el poeta místico es una especie de santo en el orbe asiático. Tal es el caso, entre millares, del poeta Hakim Muaddin Chishti del siglo XII de la era vulgar, santo de la India, célebre por haber fundado una orden de médicos sufíes, caracterizados por curar con la música y con una alimentación particular, así como con el poder de los nombres de Dios (que en el Islam son 99), los cuales se repiten hasta lograr el efecto de sanación deseado. Cada año, la tumba Muaddin Chishti, ubicada en la provincia de Ajmer dentro del la región de Rajastán, al norte de la India, recibe miles y miles de personas en peregrinación y homenaje sempiternos. Es claro que la revelación de Dios al poeta y el intento de este por aprehenderlo en versos es un fenómeno derivado de su profunda iluminación interna. Esta elocuencia del silencio se manifiesta no solamente a nivel medicinal y artístico sino también a nivel social, pues el iluminado pretende compartir su luz como se comparten las viandas, el banquete del fraterno, el ágape amoroso que nos vuelve a todos iguales ante el Creador.

Tumba Muaddin Chishti

Este último afán de compartir la idea de un mundo más justo se ha traslapado en la esfera masónica a través de múltiples personajes de importancia. Un ejemplo es Don Miguel Hidalgo y Costilla, primer libertador de México y, por cierto, según sabemos, masón instruido en el rito de York. En efecto, así lo constata la encomiable investigación de nuestro hermano Ramón Martínez Zaldúa, a la postre otrora miembro de la Respetable Logia Simbólica Antiquitas N. 9, en su libro de 1965 «La masonería en Hispanoamérica», del que cito el siguiente fragmento por considerarlo de interés común e histórico: “…en el año de 1806 fue fundada una Logia Simbólica con el nombre de «Arquitectura Moral» en la calle de las Ratas, hoy Bolívar, casa en que vivía el Regidor del Ayuntamiento, D. Manuel Luyando. Esta logia yorkina, estaba dirigida por D. Enrique Muñiz y la integraban, entre otros, algunos regidores del Ayuntamiento, como D. José María Espinoza, D. Feliciano Vargas y el Lic. Verdad. Allí vieron la luz masónica el V.H.D. Miguel Hidalgo y Costilla, D. Ignacio Allende y Aldama, entre otros”. Un poco más adelante nuestro autor refiere la pérdida del archivo del consabido taller, lo que se explica a nuestros ojos como algo natural, pues posiblemente fueron quemados por seguridad interna de la logia.

Miguel Hidalgo y Costilla | © Ricardo Gutiérrez Chávez

Que el fuego haya atestiguado las irrefutables pruebas de la pertenencia de Hidalgo a nuestra augusta orden, sólo se explica en términos de la necesidad del silencio masónico, el cual se define entonces en doble parte, es decir, como la industria sagrada de Dios en su intrumento, el hombre y, por otra parte, como el afán por otorgar justicia, igualdad y amor equitativo a la sociedad, ya sea como un santo sufí o como un representante social de los ideales de la perenne ilustración masónica, cuyo sumo cuidado y silencio son necesarios y requisito de la óptima consecución de la cruzada filosófico-política de la masonería. La analogía es clara: se guarda silencio de Dios y se expresa a través del arte del mismo modo en que se ama a Dios y se protege su misión a través de cerrojos simbólicos, del fuego o del olvido. Habitemos, en fin, la mística realidad que se nos presenta cada semana en nuestras reuniones fraternales, y alcemos con alegría nuestro espíritu hacia la conciencia revolucionaria, hacia las artes y hacia la íntima reflexión silenciosa que nos revela en cada instante el gozoso misterio de la vida. Bien dijo Amado Nervo, embebido de filosofía hindú, así:

«Tú eres esto: es decir, tú eres uno y lo mismo que cuanto te rodea, tú eres la cosa en sí. […] El fenómeno, lo exterior, vano fruto de la ilusión se extingue: ya no hay pluralidad, y el yo, extasiado, abísmase por fin en lo absoluto.»

Guardemos, pues, silencio.

Flavio Josefo Quetzalcoatl

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