La monarquía británica

por Matthias Gloël Un estado compuesto se podía formar o extender de varias formas. Una era el principio dinástico, típico de los Habsburgo españoles y también visible en la unión de Inglaterra con Escocia. Otra

por Matthias Gloël

Un estado compuesto se podía formar o extender de varias formas. Una era el principio dinástico, típico de los Habsburgo españoles y también visible en la unión de Inglaterra con Escocia. Otra posibilidad era la extensión por guerra, como muestra el caso de Irlanda con su forma de llegar a la corona británica. Lo mismo ocurrió con el reino de Valencia que se incorporó tras su conquista a la corona de Aragón. También se podía extender un estado compuesto por iniciativa de los súbditos de un territorio, como ocurrió en 1619 cuando los estados de Bohemia ofrecían su corona a Federico V del Palatinado. Lo mismo sucedió durante la revuelta catalana cuando se ofrecía el principado al rey francés Louis XIII. Se podría pensar que para los monarcas de la época moderna la “accessory union”, “perfect union” en el inglés contemporáneo, debía ser la preferible, dado que de esa forma los territorios recién agregados podrían ser asimilados más fácilmente. Pero en realidad, los aparatos administrativos eran aún muy deficientes, por lo que los monarcas dependían de las élites locales, cosa que hacía muy complicado realizar reformas contra la voluntad de los habitantes.

El funcionamiento de estas relaciones tenía una gran importancia, porque, aunque el rey gobernaba sus territorios, eran esas élites que gobernaban por él a los habitantes. La unión del “aeque principaliter” podía ser por un lado complicada y arriesgada, porque el rey tenía que enfrentarse a varios parlamentos. Sin embargo, estos por otro lado conllevaba la ventaja que en caso de un conflicto en uno de los territorios se podía contar con los recursos de los demás para solucionarlo.

Una unión “aeque principaliter” sugiere una unión entre iguales, cosa que formal y efectivamente era así. Sin embargo, en la práctica uno de los miembros solía ser más poderoso que los demás, como Castilla en la monarquía hispánica o Inglaterra en la británica. Esto conllevaba en los demás territorios la pérdida de la presencia continua de su rey y el estatus de sus metrópolis. Durante el siglo XVI, además, crecía la necesidad de una sede fija para la corte, lo cual aumentaba todavía más este problema. Elliott define la ausencia real como “major structural problem”, el cual ni siquiera Carlos V con sus continuos viajes por sus dominios era capaz de solucionar. La corte virreinal o la lugartenencia también constituía una solución insuficiente para suplir la corte verdadera. No obstante, afirma Franz Bosbach, se aceptaba sin problemas un monarca o una dinastía que provenía de otro territorio y no se entendían tales relaciones como dependencia o subordinación. Solo en el siglo XIX con el pensamiento de estado nacional se solía interpretar estas relaciones como negativas y con falta de libertades.

El monarca constituía el elemento central que conectaba a todos los territorios, a veces tan diferentes entre ellos. Era rey, príncipe o conde de cada uno de sus territorios, sin poseer un título que representara al conjunto de su monarquía, como por ejemplo rey de España o rey de Britania. También la lealtad de las personas se concentraba fundamentalmente en la persona del rey. Este dinasticismo describe un tipo de lealtad personal hacia el monarca y su muchas veces antigua dinastía y era el elemento central de unión para los territorios de una monarquía compuesta. Para Elliott, era más fácil crear lealtad hacia una persona visible que hacia una comunidad amplia creada por una unión política.

Un segundo factor importante para mantener tal unión es el respeto mutuo por los privilegios y compromisos. Ahí es donde, según Elliott, fracasaron de forma fatal tanto Felipe IV en la monarquía hispánica como Charles I en la británica. La importancia del concepto de la monarquía compuesta radica en el hecho que es una propuesta de análisis muy diferente a la historiografía tradicional, muy marcada por los nacionalismos de los respectivos países. Dicha historiografía veía una ruptura fundamental con la Edad Media al inicio de la época moderna que habría iniciado la época de los estados nacionales. La monarquía compuesta, en cambio, destaca la continuidad medie vista y rechaza los conceptos de “unidad nacional” o “estado nacional”.

LA MONARQUÍA BRITÁNICA

Varios tipos de uniones se encuentran en la historia de los reinos británicos e Irlanda. Ya en la Edad Media Inglaterra conquistó a Gales en más de una ocasión y en 1301 el rey inglés coronó a su hijo como primer príncipe de Gales. La administración y las leyes del nuevo principado no se modificaron. Solo más en 200 años más tarde, bajo la nueva dinastía de los Tudor que eran de antecedencia galesa, se emplearon cambios profundos. En 1535 y 1542 se hicieron dos actos de integración jurídica (Laws in Wales Acts), cuyo objetivo era crear un solo estado con una sola jurisdicción. Pero no era una fusión entre iguales, sino se aplicó la jurisdicción inglesa a Gales, con lo que éste prácticamente pasó a formar parte de Inglaterra.

Las uniones inglesas con Escocia e Irlanda, en cambio, eran más complicadas. Hasta 1541 Irlanda ni siquiera era un reino, sino un señorío (lordship), creado como una posesión papal después de la invasión normanda en 1177. El rey de Inglaterra al mismo tiempo era el señor de Irlanda. El objetivo principal de la creación del reino era justamente evitar posibles pretensiones papales sobre Irlanda. En la práctica no cambiaba mucho para el nuevo reino irlandés. El mismo “Crown of Ireland Act” estableció que Irlanda permanecía “united and knit to the imperial crown of the realm of England”. Por lo tanto, parecido a lo visto en el caso sueco, Irlanda pertenecía a la corona inglesa pero no al reino inglés. Por un lado, también Irlanda tenía sus propias leyes, pero por otro lado todas las leyes hechas por el parlamento irlandés necesitaban ser confirmadas por el consejo inglés.

Distinta era la unión con Escocia la cual se produjo de forma dinástica. En 1603 el rey escocés James VI heredó el trono inglés y se convirtió también en James I de Inglaterra. En este caso el monarca sí era la única conexión entre los reinos, ya que el consejo inglés, diferente al caso irlandés, no tenía ninguna competencia en Escocia que mantuvo toda su legislación y sus leyes propias. Lo que convierte en poco usual el caso británico, es que el propio James no se quiso conformar con esta unión compuesta entre Inglaterra y Escocia y directamente al haber subido al trono inglés inició discusiones sobre una unión que convirtiese a ingleses y escoceses en miembros de un solo cuerpo político. Dichos intentos fracasaron rotundamente por la negación tanto de los ingleses como de los escoceses. En ambos reinos aún había mucha antipatía hacia el otro. Sobre todo, el parlamento inglés se puso en contra, porque temía que dicha iniciativa llegase a formar un nuevo estado que anulara a los derechos y privilegios del parlamento. Esto indica que probablemente hubiese sido una unión entre iguales que habría dado paso a un nuevo reino y no la incorporación de un reino en el otro. James, no obstante, insistió y se proclamó en 1604 como rey de Gran Bretaña, pero sin llevar más adelante la unificación institucional. Ambos reinos se mantuvieron independientes sin ninguna forma de subordinación entre ellos. Para Asch, el factor que causó más problemas entre los tres reinos, fue el religioso. La reformación había transcurrido de forma distinta en cada uno de ellos.

En Inglaterra se promovió a través de la corona como consecuencia de las discordias del rey Henry VIII y el papa. En Escocia, en cambio, se introdujo sin influencia de la corona y en parte incluso en contra de ella. El sistema escocés era presbiteriano, por lo cual las parroquias eran mucho más libres que en el sistema episcopal. La iglesia irlandesa se parecía más a la inglesa, aunque también tenía su propia profesión de fe que estaba más marcada por el calvinismo. Más problemático en el caso irlandés era, no obstante, que los protestantes en sí solo constituían una minoría. La mayoría de los irlandeses seguía siendo católica y eran solo tolerados sin los mismos derechos que los miembros de la iglesia oficial.

Entre 1651 y 1660, bajo el gobierno de Oliver Cromwell, se creó efectivamente durante un breve período un estado británico con un parlamento común, el Commonwealth of England, Scotland and Ireland. Con la restauración de la monarquía, no obstante, se volvió también al sistema compuesta en una unión dinástica. Pero las tensiones de antes seguían latentes, sobre todo, las religiosas, aunque también cada vez más las económicas. Esta unión puramente dinástica con Escocia terminó en 1707 después de una crisis dinástica. Inglaterra aceptó en 1701 la reina Anne de la casa de Hannover sin consultarlo antes con los escoceses ni irlandeses. Éstos no aceptaron dicha sucesión, lo cual inició negociaciones sobre una unión más sólida que durarían varios años. En Inglaterra se quería conseguir esta reunión a toda costa y al final el parlamento escocés la aprobó tras haber conseguido las élites escocesas concesiones importantes. Dicha unión no conllevaba una centralización en todos los aspectos. Escocia mantuvo su sistema jurídico y su iglesia presbiteriana. En cambio, los impuestos se pagaban ahora al nuevo estado británico, como también ingleses y escoceses pasaron a servir en el ejército común. Esta unión de 1707 no incluía a Irlanda que seguía siendo un reino aparte, pero, como dice Asch, dependiente de Inglaterra en un estado semi colonial. Ya había quedado fuera de los planes unionistas de James I (VI de Escocia) en 1606 y ahora nuevamente los ingleses no parecían estar interesados en incorporarlos de misma manera que los escoceses. Las élites irlandesas sí deseaban unirse a la nueva corona británica, pero estaban conscientes de que Inglaterra no se lo concedería.

Así lo expreso por ejemplo el político irlandés diciendo una unión parecida a la escocesa es “an hapiness we can hardly hope for”. De esta manera Irlanda no consiguió un comercio libre con Inglaterra que hubiese sido muy ventajoso para la economía irlandesa. Irlanda tendría que esperar casi un siglo más, hasta 1801 para incorporarse al reino unido. En 1798 los irlandeses católicos se habían sublevado y habían recibido mucha ayuda por parte de Francia. Esa amenaza francesa era la razón principal para los ingleses en promover ahora una incorporación del reino irlandés al que ahora se llamaría Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Ahí permaneció hasta 1921 cuando 26 de los 32 counties se independizó e Irlanda quedó dividida en la República de Irlanda e Irlanda del Norte que sigue perteneciendo al Reino Unido.

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